Notas y reflexiones de campo

PASTELERO A TUS PASTELES

El antiguo reloj de muralla, que adornaba la particular oficina de la orientadora de la escuela, me indicaba otro dejavu… perdiendo la cuenta de las veces que debo “conversar” temas sociales con gente de educación.

De pronto, hace su ingreso mi esperada entrevistada, quien me observa de pies a cabeza y me invita a esperarla otro par de minutos. “…mire, lo he citado porque estamos… estoy, muy preocupada porque una de las niñas que pertenece a la institución social donde usted trabaja, y que es nuestra estudiante de octavo, le señaló a su profesora jefe que la mujer que cuida de ella el otro día la golpeó… Siento que ustedes no hacen nada por estas situaciones y si esto no lo soluciona inmediatamente voy a denunciar la situación a Sename, a los Tribunales y a donde tenga que ir…” A penas ni terminaba su discurso, y entra en escena un segundo personaje: La profesora Jefe. “…que bueno que lo veo, estoy muy preocupada porque mi alumna me dijo que allá en el hogar la encargada de casa le pega constantemente a una de mis alumnas y eso para mí es muy terrible. El fin de semana no pude ni dormir pensando que en nuevamente le estaban pegando a la niña, que terrible Dios mío… oiga, ustedes parece que no hacen nada frente a estas situaciónes…” Aún sin poder participar con la más mínima palabra de este folclórico momento, entra en escena un tercer personaje: Una apoderada del mismo curso.
“… ¿así que usted es el asistente social del hogar?... oiga yo quiero puro ir donde carabineros porque a esta niña le pasan puro pegando allá en el hogar, la niña le dijo a la profesora que le pegaban…” En ése preciso momento, fotografié la pintoresca actitud de cada una de ellas y recordé el contexto educacional chileno a mediados de los años ochenta, cuando cursaba segundo básico y la mitad de los profesores del colegio no tenía estudios de pedagogía, hablaban con la “z” y fumaban y comían en la sala de clases. (Sin mencionar los clásicos castigos físicos y psicológicos de los cuales muchos fuimos participantes) Me confundí entonces de época, pero al volver a estos tiempos de bicentenario la tarea inmediata era buscar la manera de casi reeducar a estas tres personas que se habían contagiado con ésa extraña manía de resolver asuntos sociales de la forma más rupestre y desde lo más estomacalmente posible.

Artillería discursiva

¿Cómo hablarles de lo delicado que es la intervención social a quienes delimitan la realidad en el estrecho perímetro del aula?, ¿Cómo explicarles en media hora conceptos básicos tales como: victimización secundaria, subjetividad y objetividad investigativa, despistaje de antecedentes?… y del concepto de problematización... ni hablar.

Entre fluidos intercambios de ideas, buscaba intensionar un hilo conductor que les permitiera comprender que en estos asuntos si bien es fundamental el interés superior del niño o la niña, existen para estos casos métodos y técnicas tanto para esclarecer la veracidad del relato de un niño/a o bien para programar una intervención social, con un modelo de acción y un aparataje de recursos para lograr la anhelada transformación social.

A los quince minutos de partido, abandona “la sala de chat” la apoderada sin motivo aparente y llevándose a tirones y palabrazos a su hija porque se había manchado el delantal con tempera.

Muy enajenadas, Orientadora y Profesora Jefe utilizaban toda su mejor artillería discursiva para recalcar que les daba lo mismo los procedimientos institucionales y mi intensión de compartir con ellas un contexto temático e institucional para abordar la situación. Para ellas, sin tener pruebas efectivas y concretas, la niña había sido maltratada y exigían la decapitación del equipo psicosocial de la institución donde pertenece la niña… porque actuábamos con mucha tranquilidad. Quizás las representantes del magisterio esperaban verme desesperado, gritando o llorando y contándole a quien se me atravesara en el camino lo que ocurría con la niña.

Síndrome del Súper Maestro

Cuando el viejo reloj ya marcaba más de las seis, comprendí que el problema era otro, y que lamentablemente –y sin generalizar por supuesto- una vez más me encontraba ante el síndrome del súper maestro, caracterizado por una marcada actitud de experticia ante problemáticas sociales, asuntos públicos, médicos, de familia, o de orden judicial.

El síndrome afecta principalmente a profesores jóvenes, en contraposición de pensar que ataca a profesores “antiguos”. Es que pareciera que los docentes de la Old Schoool estos temas ya los han resuelto tanto con los años de circo como con pequeñas dosis del viejo jarabe de “Pastelero a tus pasteles”.

Aquí no se trata de menoscabar la labor docente, al contrario, sino que de poner sobre el tapete el antónimo del trabajo en equipo o de la intervención multidisciplinaria. Un ejemplo de ello lo constituye el área médica, donde es posible observar límites claros al momento de formular un diagnóstico clínico. ¿A caso un médico no nos envía a tomar exámenes para descartar una apreciación concluyente? Claro que sí, y generalmente, y en algunos casos, confían entonces en la opinión del otro profesional, por ejemplo, del Tecnólogo Médico, para finalmente diagnosticar y diseñar un plan de tratamiento.
Pero en lo social y en lo educativo actuamos, al parecer, y en ciertas ocasiones, sin Dios ni ley, reconociendo también la clásica representación de la Asistente Social que desea mejorar el mundo con discursos políticos o sentada desde un cómodo escritorio.

Un buen pastel

Cuando la entrevista perdió el sentido, solicité que sus requerimientos me lo hicieran llegar por escrito (Vieja técnica que aprendí andando en bicicleta) y les informé que la organización ya había comenzado una investigación interna para esclarecer hechos y responsabilidades. Al retirarme de la escuela, la profesora jefe me acompañó a la puerta y por acto de magia aparece la niña quien sin asco comienza a llorar ante el tumulto de personas y otros niños señalándole a su maestra no querer volver a su casa por miedo a que la golpearan nuevamente. La profesora comienza a acariciarla y entonces los ojos de toda la familia Miranda que ocupaba el lugar van hacia mí.

Desde una perspectiva profesionalizadamente social, aquella escena fue el resultado final de la irresponsabilidad de las docentes de no asesorarse e intervenir autónomamente la realidad sin poseer las competencias necesarias para ello. Ese día volví con la niña y con una extraña sensación de vivir en un mundo al revés.

A la semana siguiente, y luego de una serie de procedimientos realizados para estos casos, mientras me entrevistaba con la encargada de su cuidado en la institución, la niña se sienta a mi lado y comienza a pedirme disculpas ya que “todo lo que había dicho en el colegio había sido mentira, porque ella creía que si decía que le pegaban, podría conseguir que la mandaran a vivir con su abuela”, quien hasta la fecha no cuenta con dicha garantía por encontrarse inhabilitada psicológicamente para ello.

Sonreí por unos instantes, y luego recordé como si fuera un video clip la obra de teatro de la Orientadora y Profesora Jefe. Pero más aún, se agudizó mi preocupación por la forma en que casi sepultaron a la niña etiquetándola como “niña maltratada”, a su cuidadora como “mujer agresora” y al profesional como “negligente y relajado”.

¿Exhibirán siempre estas dramatizaciones para intentar resolver problemas sociales de los alumnos en algunas escuelas?

No es primera vez que esto nos ocurre, quizás de ahí la pseudo imagen "negligente y relajada", pues el training burocrático junto con el síndrome del Súper Maestro cada día nos obligan a actuar desde lo social de manera más asertiva y con una marcada actitud PROFESIONAL por sobre todas las cosas.

La propuesta entonces es sencilla: “Pastelero a tus pasteles”, pero sin omitir la posibilidad que hagamos juntos un BUEN pastel.

Por Johnny Rivera

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